Gracias, me lo merezco. Despidiendo al impostor.

Una doble mirada sobre el síndrome desde impostor, desde nuestro lugar personal como desde el rol de líderes.

¿Escuchaste hablar del Síndrome del Impostor? Si buscamos la definición en Wikipedia, se trata de un fenómeno psicológico en el que la gente se siente incapaz de internalizar sus logros y sufre un miedo persistente de ser descubierto como un fraude. ¿Ahora te suena? 

En este momento, me considero una “impostora en recuperación”, pero todavía recuerdo la exigencia y el inconformismo contra el que luché por muchos años de mi vida profesional. No había nada que pudiera hacer o lograr que me pareciera suficiente. Siempre mi vara se ubicaba a una altura inalcanzable. Cuando miraba a mis colegas, veía en ellos todo lo que me faltaba, ya fuera conocimiento, actitud o cualquier otra cosa que en mi mirada perfeccionista no sintiera completamente realizado. Las apreciaciones que recibía nunca llegaban a ser tan buenas como para conformarme. Decía que estaba para más, pero me sentía menos.

Mal que me pese, debo reconocer que el cambio en mí empezó a venir desde afuera. Porque aunque hice un fuerte trabajo interno, en un momento me topé con personas que empezaron a apreciar mi desempeño de una forma superlativa. Cada solución, para mí obvia, era motivo de felicitación, mis evaluaciones estaban por encima de la media y las propuestas de puestos más desafiantes no tardaron en llegar. Se sorprendieron, una y otra vez, sin embargo, cuando ante los comentarios positivos, yo simplemente respondía “solo hago mi trabajo lo mejor que puedo”. Tardé en darme cuenta de que, la excelencia, el valor agregado de mis propuestas y opiniones no era simplemente “para lo que me pagaban”, sino que era un diferencial que yo aportaba y que mejoraba la organización.

¿Por qué te cuento esto? Porque lo que me pasaba a mí le pasa a mucha gente. El síndrome del impostor no es otra cosa que el descreimiento de nuestra valía, de que nos merecemos el lugar en el que estamos y el reconocimiento que recibimos. Si solo nos perdiéramos de esto, quizás no sería un gran problema, pero lo más grave es la conversación interna que nos desvaloriza permanentemente, la historia donde nos contamos todo lo que no hacemos bien, todo lo que nos falta. Y cuando nos terminamos creyendo esta historia dejamos pasar las oportunidades y después sentimos, porque es un círculo, que es porque “no lo merecíamos”.

Y esto, como casi todo, tiene dos caras. Una es la de nuestro trabajo interno, del auto reconocimiento, de la aceptación del merecimiento. La otra, es la de nuestro rol como líderes. ¿Cómo manejamos el equilibrio entre marcar la falta y el reconocimiento por los logros? Sabemos que nadie es perfecto, pero ¿dónde nos detenemos? Si nuestro equipo percibe que siempre estamos pendientes del error y de lo que falta, la percepción es de insuficiencia. Mientras que, si ponemos el acento en el reconocimiento, la motivación para mejorar será incremental. Muchas veces, el peso del feedback negativo y del positivo se siente desbalanceado.

El reconocimiento es una parte clave de la motivación y el resultado es siempre exponencial. A mayor motivación, mayor rendimiento, a mayor reconocimiento, mayor motivación, y así en un círculo virtuoso. Tener esto presente es indispensable para un liderazgo que funcione y para desarrollar equipos altamente efectivos. No hace falta esperar que alguien destaque con algún aporte superior o novedoso, instalar la cultura del reconocimiento implica desplazar la atención hacia cada pequeño logro que, al final del día, construye los resultados mayores.

Te invito a reflexionar, entonces, sobre estos dos ejes:

  • ¿Cómo es tu mirada sobre tu desempeño? ¿Celebrás tus logros? ¿Hasta dónde te “castigas” por tus errores?
  • ¿Cómo incorporas el reconocimiento en tu relación con tus colaboradores? ¿Cómo se balancea con el feedback negativo?

Por último, es importante recordar que somos modelos para nuestros equipos de trabajo. Si nos escuchan inconformes, auto exigidos en demasía, y no nos ven celebrar los logros propios, difícilmente sentirán alguna vez que pueden estar a la altura de unas expectativas que ni siquiera nosotros mismos cumplimos. Liderar con el ejemplo es la propuesta, siempre.

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