“No es una frase completa” dijo la escritora y activista Anne Lamott pero, la mayoría de las veces, si logramos pronunciar estas dos letras juntas, lo hacemos acompañándolas de atenuantes o excusas.
Rechazar solicitudes y pedidos suele ser uno de los desafíos más grandes para la mayoría de nosotros y, por múltiples razones, aceptamos compromisos que no deseamos o podemos satisfacer. Ello opera en detrimento de las relaciones que creemos proteger cuando decimos “sí” y no establecemos límites necesarios.
En su libro “Esencialismo”, Greg McKeown afirma que “cuando no establecemos límites claros en nuestra vida podemos terminar prisioneros de los límites que otros establezcan para nosotros”. Cada vez que aceptamos una propuesta, una invitación o la participación en un proyecto que no elegimos hacer, ponemos en riesgo nuestra integridad, traicionando nuestra coherencia. Esto tiene, al menos, dos consecuencias principales, e igualmente graves en mi opinión:
- Puede generar incumplimiento de otros compromisos por la acumulación descontrolada de tareas. Cuando un colaborador no es capaz de decir “no” a los requerimientos de un supervisor, puede llegar a acumular más obligaciones de las que es capaz de cumplir. Un “no”, acompañado de una renegociación de prioridades, por otra parte, puede destacar sus habilidades de gestión. Hacer más, no siempre es hacer mejor.
- La sensación (o la realidad) de estar viviendo una agenda ajena, de no cumplir con nosotros mismos y nuestras prioridades sino que nuestras acciones se centran en complacer a otros. Cuando aceptamos un plan “por compromiso”, probablemente terminemos lamentando haberlo hecho. Esto no significa que solo debamos hacer “lo que queremos”, pero sí establecer prioridades y definir cuáles son nuestros “sí, para no olvidarlos en el camino.
- El detrimento de nuestros propios planes. Al decir que “sí” a algo que no teníamos pensado hacer, decimos que “no” a nuestro plan original.
Peter Drucker es conocido por la célebre frase: “No hay nada tan inútil que hacer con gran eficiencia algo que nunca debió hacerse”. Esta debería ser una máxima de todo líder. Estar ocupado, es muy distinto a estar logrando algo. Deberíamos ser capaces de cuestionar qué debe hacerse y qué no. El trabajo autómata o en simple respuesta a un estímulo externo es garantía de sobrecarga y dilación de resultados.
Antes de decidir qué hacer, es importante dejar fuera de los límites aquello que no debería nunca hacerse. ¿Cuántas veces hacemos cosas simplemente por costumbre, repetición o porque no podemos poner límites a los demás o a nosotros mismos?
Rafael Echeverria en su conocida obra “Ontología del lenguaje” se refiere a la declaración del “no” como una de las declaraciones fundamentales en la vida. Indica que “cada vez que consideremos que debemos decir “no” y no lo digamos, veremos nuestra dignidad comprometida.”
Por cada no que decimos a conciencia creamos espacio para lo que sí.
¿Qué es lo que impide poner límites?
En primer lugar, esto puede estar relacionado con la necesidad de complacer a otros o de demostrar nuestras capacidades.
Por otra parte, nuestra autoestima puede verse afectada por la apreciación de otros. La creencia de que los defraudaremos al negarles nuestra ayuda puede impulsarnos a seguir aceptando compromisos. A la larga, terminamos eventualmente fallando en el cumplimiento y dañando la relación.
¿Cómo saber cuándo es no?
Cuando no es coherente con nuestro ser. Cuando choca con nuestros valores. Cuando compromete nuestra integridad. Cuando atenta contra nuestras relaciones. Cuando se contrapone con nuestros objetivos, o cuando se interpone, dilatando su cumplimiento.
¿Cómo ponerlo en práctica?
Autoconocimiento: conocer nuestros valores, nuestros “no negociables” nos ayuda a fijar límites sin culpa. McKeown recomienda hacer una lista de solicitudes que no aceptaremos por superponerse con nuestras prioridades, o de aquellas cosas que, cuando aceptamos hacerlas, lo sentimos como una agresión.
Recordar que quien nos aprecie, lo hará aun cuando nos neguemos o dejemos de ser complacientes.
Tener en claro los “si”. Las prioridades ayudan a determinar lo que no lo es.