Gestionando las Emociones que Genera el Error

“Me frustro cuando algo no me sale bien”, me dijo una persona en una reunión de coaching de equipo de trabajo en un cliente. ¿Qué quería decirme con eso? Me explicó que se refería al enojo que le provoca equivocarse.

Buscando la definición de “frustración”, la Real Academia Española me llevó a una de las definiciones de frustrar: “privar a alguien de lo que esperaba”. Entonces, creo que lo que sucede en estos casos es que el enojo aparece cuando algo no sucede tal como esperamos. Entran a jugar nuestras expectativas. Y el problema es, que la expectativa es hacer todo bien.

Hace ya muchos años que escucho hablar de aprender del error, de apalancarnos en las situaciones fallidas para lograr mejorar en la próxima oportunidad. Sin embargo, fuimos educados en la penalización del error, en la creencia de que no era algo deseable, ni esperable. ¿Y qué emoción dispara entonces la posibilidad de equivocarnos? Angustia, ansiedad. Nos obsesionamos con la búsqueda de la perfección para evitar la posibilidad de equivocarnos y cuando sucede, enoja el hecho de que todos estos esfuerzos hayan sido en vano.

Lo que sobresale como emoción, entonces, es el enojo. El enojo aparece como manifestación de la frustración, como descarga de esa angustia y ansiedad por “prevenir” el error y fallar de todos modos.

Y para empezar a resolver esto, o al menos a intentar no pasarla tan mal, lo que es importante es conocernos. Como siempre, y me van a leer y escuchar hasta el hartazgo hablando de la importancia de conocernos a nosotros mismos. ¿Y por qué es importante? Porque el conocer nuestras propias emociones es el primer paso para poder gestionarlas, que no es lo mismo que decir “controlarlas”.

Si no entiendo que detona la emoción, no puedo gestionarlo y espero que tanto la emoción como su disparador sean obvios para todos. Asumiendo que todos en la misma situación nos sentimos igual, corro el riesgo de perder empatía y volverme intolerante. No entiendo por qué los demás aceptan equivocarse, los juzgo mediocres o poco preparados.

¿Qué podemos hacer al respecto?

  • Auto-conocimiento: conocer cómo funcionan nuestros mecanismos emocionales nos permite, como les decía más arriba, gestionarlos.
  • ¿Qué hago con lo que me pasa? De esto se trata. Lo que sentimos, la emoción que nos ocupa en el momento no está ni bien ni mal. Enojarme, angustiarme, no es malo por definición. Aceptarlo y sin negarlo ni juzgarlo es importante, aún cuando pueda tener para mí resultados negativos.
  • ¿A dónde me conduce esa emoción? ¿Qué soluciones puedo encontrar? Que algo salga mal seguramente no me guste, o me enoje. Y aceptar esa emoción está bien, pero la idea es no quedarme ahí sino accionar. Algo se va a poder hacer. ¿Va a salir más caro? ¿Va a ser incómodo? Tal vez…, pero seguramente puedo gestionarlo. Conociendo y regulando las emociones que esto me genera, voy a poder elegir si quedarme en ellas es lo más adecuado para alcanzar estas soluciones.
  • Ponerme en acción. Una vez que nos movemos, empezamos a sentir que todo se encausa otra vez. Listar y evaluar posibles soluciones nos “setea” en un modo más positivo que nos va moviendo de la frustración a la motivación.
  • ¿Qué quiero que pase? ¿Cuál de las soluciones del punto anterior puede ponerse en práctica para alcanzar el resultado más parecido al deseado originalmente?
  • Puesta en marcha. Seguramente tenga que diseñar y llevar a cabo algunas conversaciones. ¿Tengo que ofrecer una disculpa? ¿Tengo que gestionar alguna acción reparadora? Nada nos saca mejor del enojo y las emociones que acompañan la frustración como ponernos manos a la obra para solucionar aquello que creemos haber hecho mal.
  • “Esto alguna vez ya pasó, y no pasó nada”. No es un llamado a la indiferencia y a la ligereza mediocre, sino a alivianar la carga y poner el peso relativo. Nada es tan grave. Nadie es perfecto. Y casi todo tiene solución.
  • Analizar: una vez que pase el momento, no todo es sentir alivio y seguir adelante. Es importante saber qué originó el problema y qué acciones podemos tomar para evitarlo la próxima vez. ¿Qué aprendimos? ¿Qué podemos hacer diferente? ¿Qué procesos debemos cambiar?
  • Ser realistas. “Shit happens” dicen los americanos y para traducirlo delicadamente diré “cosas malas suceden”. Entonces, si aprendimos, y si hacemos las cosas bien podemos reducir la posibilidad de tener el mismo problema una y otra vez. Pero puede suceder, simplemente porque no somos infalibles, y porque no controlamos todas las variables. O podemos cometer nuevos errores, pero cada vez nos conoceremos mejor y sabremos como gestionar lo que nos sucede. Pronto, la frustración empezará a desaparecer más rápido, dejandolugar al aprendizaje y a la velocidad de respuesta a la hora de encontrar soluciones adecuadas.

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